Diez retos para el nuevo Egipto
Muchos de los problemas a los que la revolución aspiraba a erradicar aún siguen sin completarse

La revolución egipcia ha traído nuevas libertades para el país, la formación de nuevos partidos y movimientos políticos, un gobierno civil y, sobre todo, los egipcios se sienten más libres para hablar de los asuntos de país y criticar a las autoridades y manifestarse en su contra, como se ha producido en el segundo aniversario de la revolución. Pero muchos de los problemas a los que la revolución aspiraba a erradicar aún siguen sin completarse.
1- La economía.
La situación económica del país se encuentra bajo mínimos. La constante inestabilidad política de la transición y su reflejo en las calles, donde se han producido enfrentamientos violentos, mantienen al turismo (una de las principales fuentes de ingresos de Egipto) alejado del país. Con la marcha de los turistas y también de muchas inversiones extranjeras, las reservas de divisas de país se encuentran tiritando, y los ciudadanos ya han podido comprobarlo. Hoy en día es difícil obtener euros, dólares u otras monedas extranjeras en los bancos o casas de cambio, lo que ha generado cierto pánico.
El gobierno espera como agua de mayo un préstamo que ha negociado con el Fondo Monetario Internacional y que se ha ido retrasando. Mohamed Mursi no quiere que las duras condiciones del préstamo, que exige una política de austeridad, afecten a las próximas elecciones legislativas, previstas para abril. La inflación subió un 12% en 2011 y se prevé que un 10% en 2012 (las cifras no son definitivas). La espectacular subida de los precios afecta a muchas familias, no sólo a las clases más pobres, que resienten su pérdida de poder adquisitivo.
2- El paro.
El alto paro, especialmente juvenil, fue uno de los desencadenantes de la revolución, y continúa siendo uno de los retos de Egipto. Muchos egipcios sobreviven haciendo pequeños trabajos informales o chapuzas, y entre los licenciados la escasez de ofertas también es patente, e impulsa a muchos a abandonar el país. La falta de oportunidades económicas y de empleo acarrea además otros problemas sociales, como la frustración que crea el hecho de que muchos jóvenes, en paro y sin ingresos, no puedan casarse, ya que la tradición exige aquí la entrega de una dote.
3- La división del país.
Egipto es hoy un país fuertemente polarizado. La revolución ya supuso un momento de división en el país porque no todo el mundo se levantó contra Mubarak. Pero la separación ha ido ahondando en la sociedad egipcia y el pasado diciembre los egipcios contemplaron con horror como esta polarización alcanzaba un cénit: el enfrentamiento violento entre civiles partidarios y detractores del presidente Mohamed Mursi.
El actual mandatario fue elegido con el 51,7% de los votos, otro dato que indica que la reconciliación será complicada, ya que hay muchas heridas y decepciones que sanar. Mursi ha hecho referencias en sus discursos a la unidad de los egipcios, pero sus opositores le critican que se ha quedado sólo en las palabras, y que desde el gobierno ha ignorado a otros grupos y formaciones políticas a las que prometió escuchar.
4- El sectarismo.
El auge del Islam político en Egipto preocupa a la principal minoría religiosa del país, los cristianos coptos. Los enfrentamientos sectarios no son una novedad en el país, donde casi siempre se han desatado debido a rencillas vecinales o amoríos entre musulmanes y cristianos. De hecho, apenas un mes antes de estallido de la revolución, los cristianos egipcios sufrieron uno de los mayores atentados hasta la fecha contra la comunidad, cuando una bomba estalló en una iglesia en Alejandría dejando 21 muertos.
Sin embargo, el mayor poder que hoy en día tienen grupos ultraconservadores musulmanes como los salafistas hace temer que los copto acaben sufriendo una mayor discriminación. Algunos clérigos radicales han aumentado sus diatribas contra los cristianos, envalentonados por el hecho de que en la presidencia se siente un islamista.
5- Las subvenciones.
La reforma o eliminación de los subsidios ha sido el gran monstruo al que han tenido que enfrentarse todos los presidentes de Egipto, pero ninguno ha tenido el valor de encararlo. Son millones las familias que subsisten gracias a los productos subvencionados como la electricidad, el pan o el aceite de cocinar, pero los subsidios se «comen» en Egipto cerca del 40% del presupuesto anual, lo que deja poco margen para mejorar otros servicios. Mursi ha comenzado a tocar algunos de estos subsidios y ha subido, por ejemplo, el precio de la gasolina de más calidad. Pero la reforma, que le exige además el FMI, está aún pendiente, y no será fácil.
6- La reforma de ministerio del Interior.
La brutalidad policial es una de las peores lacras que sufre Egipto y uno de los detonantes también de la revolución en la que millones de personas exigieron recobrar su dignidad. Durante los años de Hosni Mubarak, organizaciones de derechos humanos como el Centro Nadim de Víctimas de la Tortura denunciaron que todas en las comisarías del país, absolutamente en todas, se practicaba la tortura. Ningún ciudadano estaba a salvo, aunque no hubiera cometido ningún delito, de ser llevado a una comisaría y acabar siendo torturado.
Esta lacra aún no se ha solucionado en Egipto, donde la tortura y los arrestos arbitrarios siguen estando a la orden del día. El ministerio del Interior necesita una reforma desde sus cimientos, pero resulta complicado, porque ni el propio presidente consigue controlar una vasta institución donde las mentalidades y las prácticas del pasado están muy arraigadas.
7- Los problemas diarios de los egipcios: el tráfico, la contaminación y la basura.
Las grandes ciudades egipcias, en especial El Cairo se han convertido en lugares prácticamente invivibles. El tráfico, la contaminación y la basura son problemas que afectan directamente a la calidad de vida de los egipcios y que el presidente Mursi prometió solucionar, tarea que no ha resultado nada fácil. Egipto es un país superpoblado, ya que los más de 84 millones de habitantes se apiñan en los márgenes del Nilo y en su delta. El resto del país es un desierto. El descontrol de la natalidad, la emigración del campo a la ciudad, la falta de educación cívica y la falta de planes efectivos para solucionar los problemas de las ciudades convierten las urbes en un auténtico caos.
La mejora de la sanidad y la educación públicas, cuya calidad es ínfima en Egipto, son también dos asignaturas pendientes.
8- La reforma de la Justicia.
Es uno de los temas pendientes en el Egipto de hoy en día. La Justicia era considerada durante la época de Hosni Mubarak como una extensión del poder ejecutivo y no como una institución independiente. Mohamed Mursi y los Hermanos Musulmanes se quejan, no sin razón, de que la Justicia sigue estando plagada de fieles al antiguo régimen, en especial el Tribunal Constitucional, y que han puesto numerosos obstáculos al progreso de la transición. Sin embargo, su forma de intentar reformarla, a base de decretazo y blindando sus decisiones de la actuación del poder judicial, como hizo el pasado noviembre, han sido ampliamente criticadas.
9- El ejército.
Hasta la llegada de Mohamed Mursi a la jefatura del Estado, todos los presidentes anteriores habían sido militares. Una junta castrense gobernó también Egipto durante un año y medio en la transición e incluso intentó mantener ciertas prerrogativas de la presidencia tras la elección de Mursi. El presidente, sin embargo, dio un golpe de efecto y arrinconó a los generales. Pero el ejército sólo ha pasado a un segundo plano y en la práctica mantiene todos sus privilegios, así como el control de su vasto presupuesto. Las Fuerzas Armadas controlan una parte muy importante de la economía egipcia y tienen grandes empresas, además de recibir anualmente una ayuda de 3.000 millones de dólares de Estados Unidos. La nueva Constitución egipcia blinda estos poderes.
10- La corrupción.
La corrupción que ha sembrado el país durante décadas sigue siendo un grave problema en Egipto. Tras la revolución, varios miembros de las altas esferas de la economía y la política, entre ellos ministros y el propio ex-presidente Hosni Mubarak, han pasado por el banquillo de los acusados por delitos de corrupción. La nueva administración prometió acabar con estas prácticas, pero no será fácil.
La corrupción está implantada en todos los niveles de la sociedad, empezando por la policía y acabando por los funcionarios. Los míseros sueldos públicos propician y prologan estas prácticas, además de ralentizar las instituciones y servicios del Estado.
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